El vano intento de humanizar el capitalismo

Por Mario Raúl Bordón (*)


El rotundo triunfo de la derecha tradicional y oligárquica, representada por Mauricio Macri, en las elecciones porteñas y las cuatro derrotas electorales sufridas por Frente para la Victoria en 21 días deben movilizar una profunda reflexión acerca de los límites concretos que existen para sostener un proyecto político autodenominado progresista como el de Néstor Kirchner.
Macri no subió el techo programático de la derecha sino que, a la inversa, el piso político del progresismo oficial siempre ha sido más bajo que sus performances electorales. Los orígenes del actual gobierno lo corroboran. Porque Kirchner no es la resultante de una rebelión popular sino de un cambio urgido y organizado por el sector agroexportador de la burguesía argentina que en 2001 se vio obligada a fracturar el monolítico apoyo que toda la clase dominante había brindado al modelo dolarizador (convertibilidad), instaurado por Carlos Menem y Domingo Cavallo, durante la década del ´90.

TRANSICIÓN BURGUESA. Su solución para devaluar fue retirar de circulación al instrumento que mediatiza todas las relaciones sociales en el capitalismo: el dinero. Durante un año circularon las llamadas “cuasimonedas” para forzar una drástica disminución del poder adquisitivo de los argentinos. Cumplido ese objetivo reapareció el dinero y esta transición burguesa se llevó dos presidentes. Al último dolarizador, Fernando De la Rúa, lo vimos huir en un helicóptero. El primer devaluacionista, Eduardo Duhalde, tuvo mejores reflejos y, luego de los brutales asesinatos de Kosteki y Santillán, adelantó las elecciones para Abril de 2003 y renunció a su pretensión inicial de autosucederse electoralmente. Tras un año y medio de agitación social, Kirchner se convirtió en el presidente constitucional menos votado de la historia argentina después que Menem (ganador en primera vuelta) desertara del ballotage. La burguesía devaluacionista le puso una condición innegociable para mantenerle su apoyo: Roberto Lavagna debía continuar como ministro de economía.

CRECE LA ECONOMÍA Y CRECE LA MISERIA. Kirchner no avanzó más allá del tradicional gatopardismo. Su logro más significativo ha sido la instalación social de una concepción que rechaza taxativamente la “teoría de los dos demonios”, que equiparaba a represores y víctimas del terrorismo de Estado y que había sido la premisa filosófica en la cual se fundaron las leyes de obediencia debida y punto final dictadas por el gobierno de Raúl Alfonsín y los indultos de Menem. Ya no podrá haber vuelta atrás en esta postura oficial del Estado argentino. Ello constituye una bisagra histórica y tendrá implicancias políticas concretas en el futuro inmediato.
El manipuleo judicial sigue siendo el mismo. La actual Corte Suprema, aunque con mejor nivel académico, es tan adicta al proyecto devaluacionista de Kirchner como lo era la encabezada por el impresentable Julio Nazareno al proyecto dolarizador de Menem. Además, Kirchner redujo el Consejo de la Magistratura para asegurarse el veto con el número de miembros que responden al Ejecutivo. Gigantescos hechos de corrupción ya salpican al presidente y su círculo áulico.
Pero lo más preocupante es que no hubo modificaciones en la distribución de la riqueza. Crece la economía y, al mismo tiempo, crece la miseria porque esa es la esencia inexorable del sistema capitalista. Ni siquiera se reactivaron las agroindustrias. La deuda con el Fondo Monetario Internacional fue canjeada por deudas con acreedores privados que realizan un monitoreo de la economía nacional menos difundido que el del FMI. Y en el último año se ha producido un rebrote inflacionario porque el Estado comenzó a emitir moneda para anclar el dólar en tres pesos que es el límite del inestable equilibrio entre los intereses de la burguesía agroexportadora y los del gobierno nacional. Un dólar más barato le impediría a Kirchner efectuar las retenciones que necesita para sostener su prebendario asistencialismo electoral. Un dólar más caro le impediría a la burguesía agroexportadora importar los insumos dolarizados que necesita para producir.

EL OCASO DEL PROGRESISMO. El progresismo siempre fue una categoría política insustancial aunque seductora para la clase media argentina. Una amplia y heterogénea franja social que suele ser muy crítica de todas las lacras del capitalismo, pero que es absolutamente renuente al combate frontal contra el sistema y, por ende, funcional al mismo. El “Estado de Bienestar”, emblema del progresismo, fue un modelo con amplia cobertura estatal en servicios que el capitalismo pudo implementar únicamente en los países centrales después de la segunda guerra mundial y lo hizo en detrimento de la población de los países periféricos.
La colosal regresión que ha sufrido la humanidad, en su construcción social, en los últimos 30 años permitió reinstalar esta fantasía pero, al mismo tiempo, tornó inviable su concreción en cualquier parte del mundo porque el modelo neoliberal de los ´90 puso en crisis la idea central del progresismo que concebía a la ciencia como un factor de progreso lineal. Según esta concepción, el mero desarrollo científico posibilitaría no solamente terminar con la miseria sino, también, superar las desigualdades y asimetrías sociales. Esta falacia fue receptada tanto por el pensamiento político liberal como por el socialista. Es por eso que han coexistido “progresistas de derecha” y “progresistas de izquierda”. Pero la historia reciente ha demostrado que el desarrollo científico y tecnológico no es neutro ni apolítico sino que está direccionado a satisfacer las necesidades y los intereses de los sectores que, a escala mundial, pueden financiar ese desarrollo.

ANTIIMPERIALISMO Y ANTICAPITALISMO. El progresismo no puede resolver una contradicción clave. Ya no puede haber antiimperialismo sin anticapitalismo. No será posible llevar adelante ninguna política antiimperialista sin adoptar medidas que ataquen el corazón del sistema capitalista en Argentina. Entre ellas las que permitan al Estado recuperar las grandes llaves de la economía nacional: la banca, el mercado de cambios, el comercio exterior y las operaciones del seguro y reaseguro de las exportaciones. Sería, igualmente, poco para terminar con el capitalismo. Pero es mucho para el débil progresismo de Kirchner. Además, un amplio sector de la burguesía devaluacionista se ha escindido para sostener la candidatura presidencial de Lavagna, que es apoyado por Duhalde y Alfonsín. Y, sobre todo, ya no existen condiciones objetivas históricas para edificar un “capitalismo con rostro humano” como pregona el actual presidente. Aunque Kirchner o su esposa ganen las presidenciales del 28 de Octubre próximo, su proyecto político ya no tiene destino. Lo más probable es que terminen adoptando el programa económico de Lavagna.

MACRIPERONISMO O SOCIALISMO. Kirchner llegará a estas elecciones con un escenario político muy distinto al del 18 de Marzo último cuando, en Entre Ríos, Jorge Busti impuso a su delfín, Sergio Urribarri, como futuro gobernador inaugurando el año electoral. La inocultable imprevisión para resolver la crisis energética complica aún más al gobierno nacional. Es muy posible, además, que el 2 de Septiembre el Frente para la Victoria pierda la gobernación de Santa Fe después de 24 años consecutivos de hegemonía del PJ. El último intento de convertir esta debilidad en fortaleza ha sido adelantar el lanzamiento de Cristina Fernández de Kirchner como candidata presidencial secundada por un “radical K” para contrarrestar el apoyo orgánico de la UCR a Lavagna. El radicalismo perdió entidad política desde que la clase media fue empobrecida y pulverizada como sujeto social.
Mientras tanto, la burguesía dolarizadora se realinea en torno de Macri agitando la bandera de la “capacidad de gestión” que, paradójicamente, había sido una consigna de Kirchner. En el mediano plazo es posible que surja el macriperonismo. Los caciques provinciales del PJ ya están negociando con Macri el préstamo de su estructura territorial a cambio de que el electo Jefe de Gobierno porteño les garantice el manejo clientelar de sus respectivos feudos cuando se apague la estrella de Kirchner. Las otras opciones autodenominadas progresistas (Carrió, Binner, Sabbatella, Juez) no tienen un techo político más alto que el de Kirchner ni base social para proyectarse.
Ante semejante situación histórica las grandes mayorías no deben dejarse atrapar por la falsa disyuntiva burguesa. Urge abandonar el pensamiento mágico acerca de “terceras posiciones”. No hay margen para posiciones intermedias. En América del Sur el socialismo sigue siendo la única gran oportunidad histórica. No hay recetas, pero existen ideas y proyectos. Ha quedado demostrado que el progresismo no puede limitar la voracidad del capitalismo. Esta verdad puede causar alegría o tristeza. Lo que no tiene es remedio.

(*) Abogado de la ciudad de Concordia (Entre Ríos).


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Este artículo de opinión fue publicado en el matutino "El Diario" de la ciudad de Paraná (Entre Ríos) en su edición correspondiente al día viernes 6 de Julio de 2007 (sección primera - página 8).

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