Cuento sobre Tito Noir
Hola!
Bueno, les envío una pequeño relato que realicé a raíz de este maravilloso suceso que fue el gol de Ricardo "Tito" Noir, que como a todos los elisenses me llenó de orgullo. Vivo en Paraná actualmente, pero por los comentarios de mi familia y por lo visto en televisión, lo que se vivió en Villa Elisa fue realmente increíble. Así que bueno, decidí escribir este cuento como una especie de "homenaje" a Tito, por la alegría que me brindó, no solo por ser hincha de Boca sino también y, sobre todo, por ser de Villa Elisa. Ojalá y lo puedan difundir, y hasta quizás hacérselo a llegar a Tito, porque en definitiva el cuento lo escribí por y para él.
Un saludo cordial,
Marcos Perroud.
El Pibe de los Milagros.
Un sábado de mayo se alinearon los planetas para él, un pibe flaquito, con el pelo rubio y despreocupado. Parece una pintura de Dalí, con la camiseta grande, los botines naranjas, despeinado y portando un número bastante extraño y particular: ni más ni menos que el 33, la edad de Cristo, el número del redentor y del mártir.
No es Ricardo, no es Daniel, no es Noir, es “Tito”, simplemente Tito… Tito al igual que Tito Flavio Vespasiano, el emperador romano que combatió en más de 30 batallas y sometió a naciones poderosas. Pero este Tito, “nuestro Tito”, no entiende de emperadores romanos, aunque –claro- sí sabe lo que es una batalla.
Y ahí está, sentadito en el banco de suplentes, en el monumento más grande del fútbol mundial: la Bombonera. En ese lugar en el que hay tres o cuatro veces más gente que en toda su ciudad; y el pibe está ahí, sentadito estratégicamente, intentando creer en los milagros…
El azul y el amarillo en las tribunas, el grito estremecedor de miles de almas buscando una alegría, un grito infinito de desahogo, una catarata de melodías perfectamente ensayadas.
Y a los 20 minutos del segundo tiempo llega el primer milagro de la tarde. Un tipo calvo y con un ojo semicerrado lo llama a Tito, le dice cosas que él no escucha, cosas que no entiende, no porque no quiera sino porque el nudo en el estómago no se lo permite. Tito va a debutaren primera, en el templo fantástico del fútbol, ante un clásico rival, perdiendo 1 a 0…
Los defensores rivales lo observan y piensan: “A este flaquito lo despachamos enseguida”. Pero Tito tiene el corazón grande y ancho, tiene esas ganas infinitas de creer en el cuento. Y el pibe contagia esas ganas a sus compañeros y a la hinchada. Y el pibe se tira al suelo con ímpetu y le pega una patada a un rival tonto, que reacciona y le devuelve un cabeza haciéndose expulsar. La hinchada delira y aplaude, el pibe suma un poroto.
Los nervios empiezan a desaparecer poco a poco, porque el pibe se da cuenta de que esa es Su tarde, que desde arriba –en el lugar solemne donde se engendran los milagros- la abuela le apoya la mano en el hombro y le dice: “vos podés Tito”.
Y el pibe va, decidido a hacer historia, con la fuerza de toda una hinchada y de toda una ciudad acompañando sus movimientos, con la desfachatez futbolística que siempre lo caracterizó, con el alma en una mano y el corazón en la otra…
El arquero en una oportunidad y el palo en otra, parecen querer convertirse en los infames conspiradores del sueño del pibe del pelo enmarañado. El demonio les delega a ambos el título de villanos, y el pibe siente que se le escapa la oportunidad del tan ansiado suceso. Pero el 33 en su espalda tiene un poder mágico y prodigioso, y así es que en la agonía del cotejo -cuando el tiempo que quedaba parecía no bastar- por fin se alinean los planetas y “la terca” le queda servida en bandeja para cumplir el sueño y poder saciar sus ansias de gritar el gol. Se perfila para su pierna menos hábil y, con sus mágicos botines color naranja, encandila al arquero que no logra ver la pelota y se tira “para la foto”. Pero las fotos no son para él, porque la pelota cruzada infla solemnemente la red y el pibe flaquito, rubio y despeinado, el pibe con apellido francés pero corazón elisense, el pibe de los milagros, sale corriendo rápido hacia un costado como queriendo evitar cualquier atentado a ese momento perfecto. La bombonera ruge, se destroza la garganta gritando el gol, se revienta las manos aplaudiendo al pibito de la número 33. Allá a lo lejos, en su Villa Elisa querida, el tiempo se detiene. Todos quieren creer que efectivamente el milagro acaba de suceder, que el pibe –SU pibe- efectivamente cometió la maravillosa y perfecta hazaña.
El rubio flaquito, el pibe de los milagros, festeja el gol y se tapa la cara con sus manos para evitar mostrar sus lágrimas. Pero son las lágrimas más dulces y perfectas de su existencia. Son las mismas lágrimas que se me caen a mí como preciosas burbujas en mis pómulos, son las lágrimas que me hacen volver a creer en la alucinante posibilidad de los milagros, son las lágrimas del orgullo de ser hincha de Boca y elisense…
El pibe de los milagros no se quiere dormir, y hace bien en no querer hacerlo, porque acaba de vivir el sueño más perfecto y armonioso que pueda llegar a vivir: un sueño con los ojos abiertos y con el alma conciente de haber sido creador de un mágico, dulce e inigualable milagro…
Marcos Perroud.
Bueno, les envío una pequeño relato que realicé a raíz de este maravilloso suceso que fue el gol de Ricardo "Tito" Noir, que como a todos los elisenses me llenó de orgullo. Vivo en Paraná actualmente, pero por los comentarios de mi familia y por lo visto en televisión, lo que se vivió en Villa Elisa fue realmente increíble. Así que bueno, decidí escribir este cuento como una especie de "homenaje" a Tito, por la alegría que me brindó, no solo por ser hincha de Boca sino también y, sobre todo, por ser de Villa Elisa. Ojalá y lo puedan difundir, y hasta quizás hacérselo a llegar a Tito, porque en definitiva el cuento lo escribí por y para él.
Un saludo cordial,
Marcos Perroud.
El Pibe de los Milagros.
Un sábado de mayo se alinearon los planetas para él, un pibe flaquito, con el pelo rubio y despreocupado. Parece una pintura de Dalí, con la camiseta grande, los botines naranjas, despeinado y portando un número bastante extraño y particular: ni más ni menos que el 33, la edad de Cristo, el número del redentor y del mártir.
No es Ricardo, no es Daniel, no es Noir, es “Tito”, simplemente Tito… Tito al igual que Tito Flavio Vespasiano, el emperador romano que combatió en más de 30 batallas y sometió a naciones poderosas. Pero este Tito, “nuestro Tito”, no entiende de emperadores romanos, aunque –claro- sí sabe lo que es una batalla.
Y ahí está, sentadito en el banco de suplentes, en el monumento más grande del fútbol mundial: la Bombonera. En ese lugar en el que hay tres o cuatro veces más gente que en toda su ciudad; y el pibe está ahí, sentadito estratégicamente, intentando creer en los milagros…
El azul y el amarillo en las tribunas, el grito estremecedor de miles de almas buscando una alegría, un grito infinito de desahogo, una catarata de melodías perfectamente ensayadas.
Y a los 20 minutos del segundo tiempo llega el primer milagro de la tarde. Un tipo calvo y con un ojo semicerrado lo llama a Tito, le dice cosas que él no escucha, cosas que no entiende, no porque no quiera sino porque el nudo en el estómago no se lo permite. Tito va a debutaren primera, en el templo fantástico del fútbol, ante un clásico rival, perdiendo 1 a 0…
Los defensores rivales lo observan y piensan: “A este flaquito lo despachamos enseguida”. Pero Tito tiene el corazón grande y ancho, tiene esas ganas infinitas de creer en el cuento. Y el pibe contagia esas ganas a sus compañeros y a la hinchada. Y el pibe se tira al suelo con ímpetu y le pega una patada a un rival tonto, que reacciona y le devuelve un cabeza haciéndose expulsar. La hinchada delira y aplaude, el pibe suma un poroto.
Los nervios empiezan a desaparecer poco a poco, porque el pibe se da cuenta de que esa es Su tarde, que desde arriba –en el lugar solemne donde se engendran los milagros- la abuela le apoya la mano en el hombro y le dice: “vos podés Tito”.
Y el pibe va, decidido a hacer historia, con la fuerza de toda una hinchada y de toda una ciudad acompañando sus movimientos, con la desfachatez futbolística que siempre lo caracterizó, con el alma en una mano y el corazón en la otra…
El arquero en una oportunidad y el palo en otra, parecen querer convertirse en los infames conspiradores del sueño del pibe del pelo enmarañado. El demonio les delega a ambos el título de villanos, y el pibe siente que se le escapa la oportunidad del tan ansiado suceso. Pero el 33 en su espalda tiene un poder mágico y prodigioso, y así es que en la agonía del cotejo -cuando el tiempo que quedaba parecía no bastar- por fin se alinean los planetas y “la terca” le queda servida en bandeja para cumplir el sueño y poder saciar sus ansias de gritar el gol. Se perfila para su pierna menos hábil y, con sus mágicos botines color naranja, encandila al arquero que no logra ver la pelota y se tira “para la foto”. Pero las fotos no son para él, porque la pelota cruzada infla solemnemente la red y el pibe flaquito, rubio y despeinado, el pibe con apellido francés pero corazón elisense, el pibe de los milagros, sale corriendo rápido hacia un costado como queriendo evitar cualquier atentado a ese momento perfecto. La bombonera ruge, se destroza la garganta gritando el gol, se revienta las manos aplaudiendo al pibito de la número 33. Allá a lo lejos, en su Villa Elisa querida, el tiempo se detiene. Todos quieren creer que efectivamente el milagro acaba de suceder, que el pibe –SU pibe- efectivamente cometió la maravillosa y perfecta hazaña.
El rubio flaquito, el pibe de los milagros, festeja el gol y se tapa la cara con sus manos para evitar mostrar sus lágrimas. Pero son las lágrimas más dulces y perfectas de su existencia. Son las mismas lágrimas que se me caen a mí como preciosas burbujas en mis pómulos, son las lágrimas que me hacen volver a creer en la alucinante posibilidad de los milagros, son las lágrimas del orgullo de ser hincha de Boca y elisense…
El pibe de los milagros no se quiere dormir, y hace bien en no querer hacerlo, porque acaba de vivir el sueño más perfecto y armonioso que pueda llegar a vivir: un sueño con los ojos abiertos y con el alma conciente de haber sido creador de un mágico, dulce e inigualable milagro…
Marcos Perroud.